Al reflejo con el Sol, Ali tenía la piel todavía más dorada que de costumbre. Cuando se inclinaba hacia adelante podían vislumbrarse las finas líneas de las clavículas y un hueco eterno dirección su ombligo. Miraba con cara de interés fingido y estudiando el crepúsculo extendiéndose al nivel de sus cabezas apoyadas en las rocas. Su pelo iba y venía sin sentido, sus ojos estaban cada vez más rojos. Chase la observaba, y ella lo sabía, pero no iba a darle el placer de volverse a ver sus pupilas inspeccionando como se ruborizaba. No, esta vez no. Intuía sus movimientos y su gesto por el rabillo del ojo, imaginando cada parpadeo y esa media sonrisa que le crispaba los nervios. Se tocaba la cabeza acariciándose el nuevo corte de pelo, de arriba a abajo, de abajo a arriba y aspiraba fuerte por la nariz intentando separar el olor del sudor de Ali y el de las plantas de romero que había un par de rocas más allá. El silencio empezaba a ser incómodo. Nunca entre ellos había pasado, pues ambos eran conscientes que si no tenían nada que decir el silencio sería su mejor aliado, pero el flujo de pensamientos enquistados empezaba a hacerse pesado.- Me gustaría estar en aquel barco- dijo Ali señalando un punto lejano en el mar.
- ¿Por qué, no estás bien aquí?
- Sí, pero así nadie más que nosotros podría ver el atardecer dos veces en un mismo día... nadie más que tu y que yo vería como nos queremos.
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