20.12.09

bang.

Veo la bala al final del cañón, dispuesta a volarme la tapa de los sesos al más mínimo movimiento. Un poco más allá, esos ojos negros me contemplaban desde las profundidades. Eran los ojos que me habían hipnotizado, que me habían enamorado y que ahora me apuntaban con una pistola, derramando una extraña lágrima por su rostro.

- ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

- Completamente

Entonces, BANG, el disparo. Pude oler la pólvora ardiendo en el interior del arma, y sentí cómo la bala, silbando, cortaba el aire y chocaba con mi piel, quemándome y atravesando lo que un día protegió el cerebro, haciéndolo añicos sin inmutarse y aterrizando en la esponjosidad de la materia gris, deformándola, destruyéndola. Llegué a escuchar el desgarrador alarido emergido de mis entrañas viajar a través del tiempo y el espacio; llegué a notar cómo la sangre manaba a borbotones y resbalaba por mi rostro, cómo empapaba mi ropa, cómo me dejaba vacío y me apagaba.

Di con la cabeza en el suelo y la vi. Vi su cuerpo, sus ropas ajadas; vi sus cabellos ondear en el frío de la noche mientras se alejaba y, en un punto, la vi volverse para contemplar mi cadáver yaciendo en el suelo. ¿Mis últimos pensamientos? “Púdrete, zorra”. Después de todo, lo nuestro no había sido mucho más que un juego que, con el tiempo hubiera llegado a algo más. ¿Que qué nos mató? Su trastorno bipolar, el ahora sí ahora no, la libertad y la falta de ella. Nunca llegamos a comprender, como pareja, que nuestra vida es el tiempo que nos queda, y no el que hemos dejado atrás; que la felicidad es un toma y daca y que, queramos o no, morimos un poco en cada sueño que no hacemos realidad.

1 comentario:

Daniel dijo...

Te superas dia a dia.
Te lo llevo diciendo siempre.

increible.