18.12.09

castigo.

Ha salido por fin de su largo letargo. Desdoblando sus piernas y luciendo su mejor vestido, se pone en pie, abriéndose paso a la luz para seducir a todo su público con esa danza perfecta y calculada, harmonizada hasta el más minimo detalle con esa música suave, sutil a los sentidos. Se situó sobre la moqueta de terciopelo rojo y, rodeada del decorado más barroco, empezó a bailar. Al otro lado, justo delante de la muchaca estaba él, frío e impasible a la magia del espectáculo. Ella, desesperada, dio su alma en aquel baile. Lo intentó todo para ver una sonrisa, sus ojos iluminados. Ansiaba por encima de cualquier cosa que se levantara de su butaca, entrara en el escenario y la abrazara. Solo quería un poco de cariño. Pero él no lo hizo. Se quedó contemplando indiferente cómo la danza tocaba a su fin, pero justo antes de hacerlo, apagó las luces y, dando un portazo a sus sueños, la devolvió a su posición inicial, tendida en el suelo.
Impotente y triste, atada de pies y manos bajo la tapa de su elegante prisión, se repite una y otra vez que no volverá a bailar, abandona sus objetivos y recupera su dignidad. Pero cada vez que alguien abre la puerta de su cárcel vuelve a bailar como nunca y a fracasar como siempre. En fin, ¿cómo puede luchar una simple muñeca abandonada a su suerte y manejada por los engranajes de sus pies, destinada a girar sin cesar? Su corazón se parte cada vez que él se marcha sin completar su alma. Consciente del gran error que comete al enamorarse de su mirada, siente ese gran espacio lleno de agujeros cada vez que la desarma y la somete a la tortura del querer y no poder, así que, tú, vete y no vuelvas o tómala y no dejes que ande sola.

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