1.5.11

África.

África era la típica muchacha dentro de una bola de metal. O quizás toda ella era metal, firme, fría, férrea. Nadie sabía cómo lo hacía, pero esquivaba con pasmosa habilidad todas las trampas que la vida le tendía. Nada funcionaba con ella: ni las broncas, ni las amenazas, ni el chantaje emocional. Poca gente había visto lágrimas de verdad correr por sus mejillas. Me refiero a las lágrimas que dejamos escapar cuando realmente estamos al límite de nuestras fuerzas, cuando somos incapaces de encontrar una solución válida a nuestros problemas... No, ella no era de esas. A ojos de muchos tenía una vitalidad extraña, decidía y mantenía hasta el final sus decisiones. Escasas veces daba un paso atrás, jamás bajaba la mirada y siempre que podía enfrontaba lo que le pasaba con optimismo y un saco sin fondo de sonrisas. 

El problema venía cuando dicho saco recibía un desgarro. Visto y parado a tiempo era fácil darle remiendo, pero si el agujero pasaba desapercibido la desgracia era inminente. El mundo se le venía encima, los ataques de ansiedad eran frecuentes, los cambios de opinión estaban a la orden del día y todo era motivo de bronca y burla. Siempre de puertas adentro. Para los demás, sencillamente era un poco más borde de lo habitual, reía un poco menos y estaba algo más absorta, nada del otro mundo, sin embargo, incomprensible. Quizá esa es la palabra que la defina mejor llegado el momento.

África... alocada, salvaje, libre, viva... y al final, cambiante.

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