8.11.11

new orleans

Charlotte subía a veces a aquél café para relajarse. Se pedía siempre cosas con nata, escudándose en que en casa no tenía para poder ver cómo aquella espuma con canela espolvoreada hacía surcos entre en humo. Iba allí a no pensar, a sentirse cerca de sí misma y a mirar por aquella ventana que no daba a ninguna parte. Su pequeño refugio estaba en una especie de realidad paralela: una plaza de pueblo escondida en un recoveco de la gran ciudad. 
Sonido de lluvia que le recordaba a nieve, o quizás al ruido de coches pasar por su lado en la carretera. Olor a él y sus manos posándose sobre su muslo. Calientes, como siempre. Le gustaba sentirlo cerca, sentirse un poco suya. De hecho, en ese momento hubiera firmado por tomar el tren de la vía 4 con una caja de cerezas bajo el brazo. Y ella sabe (vaya si lo sabe) que hubiera ido hasta el fin del mundo por él. Porque, por mucho miedo que tenga, hay determinadas conexiones que no se borran. 

1 comentario:

Dorado4 dijo...

Es precioso, como tú! :D
(sé que querías que alguien comentara, pues ale, ahí lo tienes)