23.12.11

soñando un sueño soñé...

La primera vez que vi a Celia en la ciudad no tenía ni origen ni destino. Nadie sabía quién era, no parecía tener ningún documento de identidad o familia que pudiera ayudarla. Era completamente desconocida. Se pasaba días enteros sentada en el banco que da al mar y si hacía malo, se resguardaba en algún local del centro, pedía un café y cruzaba las piernas en la silla. Llevaba siempre consigo aquél cuaderno de piel oscura y una estilográfica más cara que todo su atuendo e iba anotando sus cosas allí. Cosas bonitas, cosas tristes, sus enfados... incluso alguna vez la vi dibujar. 
Un día me acerqué a hablar con ella. Recuerdo que en ningún momento borró aquella sonrisa de calidez infinita, que se reía con mis chistes malos y que, al marchar, me besó la mejilla. Siempre que nos veíamos, le contaba cosas. Hablábamos de todo. Desde los temas más banales y superficiales como qué había estudiado, de dónde venían mis padres o si estaba trabajando, hasta los aspectos más profundos de mi existencia como mis fracasos sentimentales y cómo salí de ellos, mis miedos, mis dudas... 
Sin a penas darme cuenta, Celia se convirtió en mi mayor confidente. Y yo seguía sin saber nada de ella. Me sentía tan mal que un día empecé a hacer preguntas en batería. Sin quererlo, hice que se enfadara y se fue en el más absoluto silencio, dejándose la sonrisa y las ganas de vivir en los posos del café. Cuando fui consciente del daño que le había hecho, la busqué por todas partes. Estuve días y días frecuentando el banco donde anotaba, la cafetería en la que solía pensar y las calles que durante meses se llenaron con la luz de sus pasos. Pero no estaba. Había desaparecido.
Algunos días más tarde, en mi ya habitual ruta de intentar respirar algo de ella, vi un cisne de origami en papel amarillo descansando sobre su banco. Me senté a su lado y lo tomé entre mis dedos con sumo cuidado, como si fuera a romperse. En él estaban escritas las líneas en las que se despedía. 


Estimado Santi,

Después de unos meses compartiendo, creo que ya estás preparado para salir adelante sin mi ayuda. Siento si he sido brusca con mi forma de marchar, pero creo que era el momento de hacer que tus sueños despegaran. No te ates al pasado y libérate de tus miedos, vuela

Quería que supieras de mi puño y letra que no soy una persona común. Supongo que ya lo sabías, pero debía confirmártelo. No tengo casa. No tengo a nadie. Pero tampoco tengo miedo. Tengo ideas, sueños, inquietudes, hobbies y algún que otro amor platónico.  

Somos polvo de estrellas, Santi. Hoy estamos aquí y mañana quizás no. A cada minuto que pasa somos un poco más pequeños y todos necesitamos algo que nos haga saber que seguiremos aquí para siempre. Es difícil y pocos lo consiguen. Pero yo creo en ti. Y sé que lo harás. 

Te deseo toda la suerte del mundo.
Siempre contigo, 
Celia.





1 comentario:

Annie Costello dijo...

Me encanta...