19.1.10

ABSURDO.

Aún despeinada y a medio vestir, salí perezosa de la cama. Mientras miraba cómo se movía tu pecho al respirar me restregaba los ojos, dudando que todo aquello fuese real. Me asomé a la ventana. El cristal estaba empañado. Retiré las finas gotas de agua con un surco irregularmente grueso que dibujaba un corazón. Más allá, las luces de la ciudad brillaban parpadeando levemente. Aún más lejos, el astro rey se alzaba desde el mar, bañándolo todo en su luz, dibujando formas doradas y mágicas que recordaban a mundos irreales. El cielo, débil, se dejaba teñir y modelar de rosa y azul, con suaves betas esponjosas ofrecidas por las nubes. Era algo espectacular. Hechizada, reclamé tu compañía.
- Va, sal de la cama y mira esto.
Refunfuñando y aún endormiscado, te levantaste y me abrazaste por la espalda. Podía sentir la caricia agradable de tu respiración sobre la nuca, el calor de tus manos grandes sobre mi estómago y la fuerza de tus brazos rodeándome.
- Entonces, ¿vale la pena?
- Sí, pero solo porque estás tú.
Eso fue todo. A partir de aquel instante volví en mi misma, salí de ese bucle que me mantenía estancada atrás. Estaba vestida y peinada, dispuesta a marchar. La cama estaba hecha, no había rastro de que una semana antes hubiera albergado momentos de amor. La ventana no mostraba aquel amanecer nublado, sino un cielo azul, un cosmos perfecto.
Pero aún hay algo que me hace revivir todo aquello. El olor que embriaga la habitación, tu polo azul sobre la silla. La marca de los dedos en el cristal dibujando lo que un día fue un corazón lleno y ahora tan solo lejano. Tan lejano como el sonido de tu risa, como la presión de tu cuerpo contra el mío en los momentos fríos. Lejano como tu presencia. No sé cómo lo has hecho. No sé cómo has conseguido hacerme sentir tan bien, tan especial, tan deseada, -e incluso a veces – tan querida. Por eso a menudo me da miedo pensar en que pueda llegar el día que no tenga esas sensaciones, de perder para siempre algo que quizás nunca he tenido. Miedo de que mi miserable existencia carezca de ese brillo especial y se oscurezca al ser pisoteada sin remedio por batallas perdidas de guerras sin sentido; al ser tiroteada a discreción mientras hago vanos esfuerzos por recuperarme y seguir en pie. ¿Una solución? Quedarme encerrada en este cuarto oscuro, esperando ansiosa que aparezca la sombra de tus pies tras la rendija de la puerta y tu voz me diga: “Vuelve”. Pero aún se me ocurre otra mejor. Salir al mundo, volverte a conocer, seducirnos de nuevo con un sensual guiño o un mensaje al despertar. Se me ocurre enamorarme y aprender de ti, empaparme otra vez de tu ser encerrado en un cuerpo demasiado pequeño para ese alma tan inmensa. Voy a hacerte recordar, retroceder en el tiempo hasta el momento en que tropezamos. Te haré recordar a qué sabían tus besos, cómo olía tu piel, a dónde íbamos a bailar o a tomar café. Pararé el tiempo para poder formar parte de la eternidad, ese extraño espacio alejado de todo y tan presente allá donde vamos; bendita realidad paralela. Viajaremos hasta allí, sin billete de vuelta, si quieres, y nos instalaremos en aquel momento. Quiero que recuerdes la perfección de aquella fuerza, de la ternura del momento que más me ha apenado dejar atrás.

2 comentarios:

Ian dijo...

me encanta, pero, PERFECTO =O

tequiero miniña(L)

doinitza dijo...

Los recuerdos nunca se desvanecen, si se hace es porque el individuo lo quiere. Y por lo que hace a 'quizás nunca existió', recuerda una frase que las dos tan bien conocemos: recordamos solo lo que nunca existió. Recuerdo la primera vez que la leí, carecía de sentido, pero en un momento de mi vida se cruzó una luz fugaz en mi camino y le dio sentido. No es que recordemos algo inexistente, realmente existió, pero fue intangibles: los sentimientos. No es que sea absurdo, mas bien es paradoja :)