Ya no tenía sentido. Todo lo que había sido, lo que había tenido se había perdido para siempre. Lo he ahogado en un mar de lágrimas, en inseguridades, en errores, en rabia preparada para salir. Deseaba per encima de todo salir de aquella casa, de aquel ambiente, de aquel cuerpo. Ansiaba escapar y no volver, evaporarme, dehacerme, disolverme. Quería que nadie me viera ni me tocara, que las gotas saladas que resbalaban irremediablemente por mis mejillas sofocadas fueran invisibles o, sencillamente, no fueran. En un arrebato, agarraba el móvil con fúria y escribía el mensaje "te odio" aunque jamás fuera capaz de enviarlo. Me traicionaba a mi misma cada vez que era incapaz de seguir. Me asombraba verme ceder, agachar la cabeza y asentir sin más, abandonando todo principio que me ha ayudado a crecer. Pero un día me planté. Decidí no volver a parar por nadie y seguir mi camino, por muy duro que fuera. Afronté todo lo que me vino de cara, que no fueron pocas cosas, y seguí mi encarnizada lucha por la vida. Tardé en darme cuenta de que no se trata de ver como pasa el tiempo, sino de ganárselo, de luchar cada instante como si fuera el último. Efectivamente, lo conseguí. Curé todas mis heridas, engrandecí mi corazón y lo recubrí con el más seguro de los escudos: la perseverancia. Lo escondí de la gente, aunque no del amor. Lo he regalado con gusto para ver cómo los demas disfrutan de su posesión. Sin embargo, nunca he prestado mis ideales. No los he vendido por un corazón o por un cuerpo. Los he dado a conocer y, en ocasiones, han triunfado.
No lo sé, pero aunque siga teniendo un nudo en la garganta y las lágrimas dispuestas a entrar en erupción, la batalla en mi misma y contra el mundo no ha finalizado aún. De momento, voy ganando, por eso no puedo rendirme aún.
1 comentario:
BATALLAR, SER, PENSAR. REGALAR. son cosas que nunca se pierden.
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