En el centro de la estación estaba él. De pie, apoyado en una pared, como si estuviera posando para una foto. No llevaba maletas, no pensaba quedarse mucho tiempo allí. Al verlo, reduje el paso, como si quisiera hacer eterno el momento. Miraba hacia todos lados menos hacia él, esquivaba sus ojos clavados sobre mí, observando mis gestos y mi paso aparentemente seguro. Cuando estuve a su altura, me abrazó por la cintura, me atrajo hacia sí y me besó suavemente en los labios. Fue algo más que el contacto de nuestros labios; fue un beso intenso, largo, emocionante. Al salir de la estación, sentí que ya no era la misma, que había crecido, madurado. Me sentía protegida, como un profundo suspiro acogido por tu voz… me sentía bien.
Después de caminar largo rato por las calles de la vieja ciudad, de hablar de tonterías y de disfrutar del silencio, contemplamos el mar. Tan grande y tan azul. Tan inmenso que hacen falta más de dos ojos para poder contemplarlo entero. Tan gigante que muy pocos serían capaces de llenarlo con cosas que no fueran agua. Sin embargo, yo sí que puedo. Puedo llenarlo de amor, de ilusión, de alegría y de añoranza. Puedo llenarlo de mentiras y de heridas, pero también de tiritas y felicidad. Puedo cubrirlo de sonrisas y de besos, de abrazos sentidos y también de alguna lágrima. Puedo llenarlo de caricias, de miradas tiernas, de llamadas y mensajes en botellas de cristal. Puedo llenarlo con horas perdidas y tiempo que nunca pasa, con momentos que llaman a la magia y con la magia que crea estos momentos.
Cuando la hora hubo llegado, se marchó. No necesitó una maleta para llevarse todo lo que yo le había dado. Nunca quiso hacerlo suyo. Sencillamente, tiró mi empeño en la cuneta, me dejó vacía y ni tan solo me ayudó a recoger mis trozos. En un intento desesperado por hacerle entrar en razón, le abracé. Confesé que le iba a echar de menos, que era genial poder contar con alguien como él, que siempre iba a haber algo especial que nos uniera. Volví a besarle, primero en los labios, suave, como la primera vez, y después en la mejilla. Nada, no obtuve respuesta alguna. Nos separamos, tal vez para siempre. Lo vi alejarse y confundirse entre la multitud. Esta vez era yo la que estaba parada en la pared. Pero no posaba, solo esperaba a que llegara el momento en que volviera. Con el tiempo, ya recompuesta, me volví. Salí de esa estación, de esa ciudad. Olvidé la inmensidad del mar y los besos intensos.
Lo único que sigo conservando es el silencio y los suspiros. Ambos han cambiado. Si antes el silencio me hablaba del mundo ahora solo me recuerda mi soledad y los suspiros que antes iban cargados de sentimientos, ahora son frías exhalaciones deseando salir de este cuerpo infame, escapar lejos, evaporarse.
for all the rest of life.
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