Acurrucada sobre la cama, absorbida, no era capaz de levantar la cabeza de entre las piernas. No sabía qué pensar, qué decir, cómo actuar... No podía concentrarme en la música que sonaba, pero tampoco en dar con la solución a mi problema. Al oírlo caminar por el pasillo empecé a volver en mi. Se escuchaba su risa y cómo vaciló en el umbral al verme en tan extraña postura, en forma de bola. Sentí sus pasos hasta el borde de la cama y el colchón hundirse bajo su peso. El corazón se aceleró y el pulso empezó a temblar. Se situó de rodillas frente a mí y levantó mi barbilla agarrándola con firmeza bajo sus manos calientes. Al levantar la cabeza me encontré frente a esos ojos negros. Tuve miedo, mucho miedo, así que volví a cerrar los ojos. Gradualmente, sentía más cerca su cara; el olor de su pelo más vivo. Su mano se había movido hasta mi mejilla y sus labios estaban en los mios. Poco a poco, hizo que mi coraza se fuera desmotando. Lo acogí entre mis brazos mientras seguíamos besándonos suavemente. Perdí la noción del tiempo y del espacio, todos los problemas se desvanecieron en aquel instante, sólo importaba su cuerpo junto al mío. No recuerdo cuanto tiempo duró aquel beso ni como acabé tumbada en la cama. Tampoco entiendo por qué una lágrima recorría mi cara ni por qué me dejé besar. En realidad, no importa. Sólo importa que fue real, que fue suyo y mío, nuestro. Sólo importa que nadie nos empujó a ese beso, que fue sincero, sentido; que surgió sin pensarlo y que hizo mucho más de lo que pudiera haber hecho. Me devolvió parte de las ganas, algún sueño y algún recuerdo; me dio el placer de sentir algo que no fuera dolor y me transmitió lo imposible con una energía que jamás antes había conocido. Me abrazó fuerte. No recuerdo si me dijo si me quería o no... en realidad, poco importa. Me refugié en esos brazos intentando a toda costa no volverme a derrumbar, absorbiendo todo el cariño, empapándome de aquella esencia que nunca jamás volveré a probar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario