14.1.10

elisa.

La bombilla de la farola empezaba a temblar sobre mi. Llevaba horas en aquel sitio, en aquella postura, con aquella ropa y todos aquellos pensamientos dando vueltas dentro de mi cabeza. En realidad no sé qué demonios estaba esperando. Tal vez una señal, una luz, una voz, un olor, una brisa a contracorriente. Tal vez esperara a una persona que me dijera: "No guapa, no vendra por ti". Observaba, obsesionada, a intervalos regulares la ventana iluminada y el portal oscuro. Me moría de frío. Me moría de miedo. Y en cuanto lo vi salir, eché a correr. Me planté frente a él, le besé y huí. Perplejo, lo único que llegó a articular fue mi nombre, aún sobresaltado y tocándose los labios. "Elisa..." me llamaba. No tuve el valor de retroceder y decir: "Sí, he vuelto por ti". No fui capaz de explicarme. Tampoco fui capaz de llegar lejos. Vencí en la primera plaza. Las piernas me temblaban; los ojos, humedecidos, nublaban mi camino. Agradecí que el banco aguantara mi peso muerto y agotado. Empezaba a pensar que todo aquello había sido una estupidez cuando lo vi aparecer por la esquina con aquella mirada ausente y aún tocándose la boca. Me quedé petrificada. Los músculos no me respondían, aunque en realidad no sé si quería moverme. Mientras se acercaba, seguía susurrando "Elisa...". No sabría decir si su tono era de sorpresa, de incredulidad, de indiferencia o de alegría. No sabría decir qué quería decir con "Elisa". No sé si se refería a "gracias" o a "te he echado de menos". No sé si quería expesar el calor de aquel beso o el vacío que sentía por dentro. Quizás quería decir lo bonito que era el mundo... o lo difícil que es vivir.
Abandonamos el parque y nos sentamos frente a un café. No sabía qué decir, sólo acertaba a remover el líquido hirviente en la taza, concentrada en las ondas de la cuchara sobre la espuma fina.
- Si sigues moviéndolo, se te va a cuajar.- y sobre mi, esos ojos grandes y brillantes y esa sonrisa blanca. Blanquísima.
Pensé en todos los momentos que pasamos juntos antes de que todo aquello ocurriera. Debí ser más madura antes de abandonar lo que me había costado una vida conseguir. Debí ser más justa con él, que, al fin y al cabo, siempre había cuidado de mi y no tenía ninguna culpa de nada. Debí recapacitar antes de escapar, debí dejarme ayudar. "Elisa, no siempre puedes tú sola". Esa fue la frase que más me repetí durante los dos meses de mi ausencia. Ése fue mi tormento. Y mi mayor castigo, tener que enfrentarme ahora a todos mis errores, pagarlo todo junto. Le esbocé una sonrisa triste, de esas que suplican perdón y prometen llevarte a lo más alto. Él me la devolvió como un césar que perdona la vida a un gladiador. Sí, a eso nos parecíamos. Al césar aparentemente sereno y al gladiador exhausto tras la lucha. Sin decir nada, me pedía a gritos que le contara cómo me había ido. Al ver que yo no soltaba prenda, me animó:
- Te veo menos delgada, parece que te estás recuperando. Que bien, ¿no?
- Sí, la verdad es que un tiempo en la montaña hace milagros. No hay nada como sentarse en una roca a leer y a sentir el sol sobre la cara. Y esa carne... oh Marcos, ¡deberías probarla! Si quieres, dentro de dos fines de semana te puedo llevar a un sitio extraordinario... si puedes perdonarme...
- Mmm...
- Mira, me fui porque necesitaba evadirme de todo. Necesitaba no tener que seguir un horario, un protocolo, unas normas. Necesitaba poder levantarme y salir de casa sin preocuparme por la ropa o el pelo. Tenia que evitar a toda la humanidad, todos esos cuerpos esculturales bajo las ropas más caras, la piel más bonita y morena y el pelo más brillante. Necesitaba poder estar sola y que nadie me juzgara por ser como soy, por pensar lo que pienso y actuar como actúo. Además, he escrito esto, es para ti. Cuando lo leas, dime qué piensas y si crees que me...
- No Elisa, no. Te entiendo perfectamente. No tengo que leer esto para saber que has actuado por tu bien. Yo veía cómo te ahogabas, y la verdad es que me daba miedo. Nunca pensé que fueras tan valiente como para marcharte, a riesgo de sufrir alguna recaída o de perderlo todo. Me gusta que seas tan valiente, pero he tenido miedo, mucho miedo de que no volvieras, de que te olvidaras de mi o de que te perdieras a ti misma en ese camino para entonces sin destino que habías empezado. No sabes lo mal que lo he pasado. Sin embargo, me alegro que toda esa agonía haya servido para tenerte aquí y ahora conmigo; me ha servido para verte bien al fin y ese es mi mayor premio. Gracias por volver.
Pasó un ángel. Los ruidos se apagaron a nuestro alrededor. Ni el crujir de las sillas vecinas, ni la cafetera exprés, ni los gritos de la camarera en la barra. Nada, silencio. Nos fuimos acercando despacio, ajenos a todo. Se rozaron nuestros labios y se produjo el estallido. El olor a humo, los gritos, los coches en la calle, un móvil en un bolsillo. Un beso. Un beso largo y dulce. Un beso infinito. Nuestro beso.

1 comentario:

doinitza dijo...

el beso que se quedó parado en el tiempo...
uh!! este texto te ha salido muy auténtico, tengo la sensación de que está vivo, de haberlo sentido...
muy bueno.