Paseaba por los estrechos corredores en la penumbra que aquella casucha albergaba. Todo en ella parecía seguirle con la mirada. Aclaparada por la extraña esencia que emanaba de las paredes húmedas y los muebles roídos, intentaba concentrarse tan solo en sus pensamientos: "No pasa nada, echamos un vistazo y marchamos para siempre", se decía. Atravesó el umbral de la última puerta. La luz, blanca, pura, inundó sus pupilas, cegándola por un instante. Se abrió entonces ante ella una pequeña estancia cuidada y sencilla. Al contrario que el resto de aquella suerte de hogar, la habitación de Clara era un mundo aparte. Las paredes no eran blancas y no tenian humedad. El azul cielo combinaba con las sábanas azul marino de la cama con dosel, que recordaba vagamente a las de las princesas de las películas. Había alguna que otra foto enmarcadas en las estanterías. Eran fotos en blanco y negro, con toques artísticos y una fecha o un nombre en el pie. La mesa de estudio, aunque despejada, estaba cubierta de una fina capa de polvo. Aquel vacío, aquella ausencia me recordaba el tiempo que hacía que nadie ponía los pies en aquella casa. Desolación, tristeza. Soledad. Estaba sola una vez más y no podía hacer nada para cambiarlo. Sin embargo, ahí estaba yo. Sola y triste, perdida. Esperando a alguien que realmente me ayudara a recuperar aquel sentimiento perdido. Que volviera a hacerme sentir especial, única, feliz. Alguien con quien completar mi desgarbada existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario