Al salir de la boca del metro, fue capaz de disolver el olor a sudor y orines en su perfume, en sus ilusiones y sus ganas. Subió los escalones de dos en dos, como siempre, pero esta vez le costó menos. Horas antes (no muchas) se preguntaba por qué tropezaba con cada desnivel, por pequeño que fuera. Extrañamente, lo atribuyó a tener los pies bien clavados en el suelo, nada de divagar por las nubes... justo lo que hacía ahora. Medio cantando y aún con el extraordinario libro que estaba leyendo en mente, enfiló calle arriba totalmente absorta en el ir y venir de la gente, de los coches, en la horrible luz que las farolas despedían y en las ventanas que empezaban a iluminarse en aquel bulevar. Inconscientemente, sonreía. Sonreía e incluso le pareció oírse a si misma hablando sola. Cuando no iba acompañada, le entraban paranoias y manías persecutorias, pero esta vez no eran manías. Algunos se giraban a mirarla, alertados por sus compañias que, en seco, habían callado o advertido de su presencia, de su paso saltarín, del brillo de sus ojos y el halo distraído que la rodeaban. Pero no tenía ningún interés en nadie. Le gustaría poder elegir siempre entre las casualidades y el destino para poder confeccionar un bonito final, a pesar de que no conociera aún el principio.
"- ¿Puedes tú explicarles a éstos de dónde vienes y cómo? ¿Puede el hombre apresar los colores entre sus manos? ¿Puede un niño guardar el océano entre los pliegues de su túnica? ¿Pueden cambiar los doctores de la Ley el curso de las estrellas? ¿Quién tiene potestad para devolver la fragancia a la flor que ha sido pisoteada por el buey? No me pidas que hable de Amor: siéntelo."
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