Me levanté tarde, no porque hubiera descansado lo suficiente, sino por el sol: entraba a raudales por las rendijas de la persiana haciéndome imposible poder dormir. Después de pensármelo mucho, salí de la cama con pereza, casi arrastrando los pies, para llegar a la nevera. Entonces, seguí el debido protocolo: abrir, mirar, negar con la cabeza, cerrar. Siempre lo mismo. Aunque del frigorífico se cayeran cosas con solo abrirlo, nunca había nada que me gustara. Volví a subir las escaleras y no, esta vez no tropecé con el pequeño desnivel a la entrada de mi habitación, pero tuve más problemas que nunca para elegir qué ropa ponerme. Largo, corto, pirata. Corto. Azul, blanco, tejano, negro. Tejano. Tirantes, manga corta, palabra de honor. Tirantes. Blanca, gris, estampada, caqui, azul. Azul. No eran más de las once y ya tenía jaqueca, así que después de una buena ducha, la calle me esperaba. Colonia y gafas de sol, era lo único que me hacía falta y poco más tarde, en la calle, me hervían las ideas y los pies bajo un sol de justicia. Fui directamente a ninguna parte, solo a caminar, a sentir, a escuchar a todos y a mi misma, a ver, a materializar mis corazonadas. Solo llevaba la cámara y el móvil, aunque esperaba fervientemente que no sonara. En cuanto lo hizo, salí corriendo, habíamos quedado para comer y se me había olvidado. No obstante, a pesar de mi hambre, cuando el plato estuvo delante se me hizo un horrible nudo en la boca del estómago, no pude probar bocado. En cuanto tuve ocasión, salí corriendo de allí, me puse el bikini y metí en el bolso la crema del sol y una botella de agua helada, hay que cuidarse. Llegué a la piscina resoplando y me despojé de la ropa en un abrir y cerrar de ojos. Necesitaba por encima de todo sumergirme en ese divino líquido elemento con cloro, refrescarme, perderme. En el momento que mi cabeza ya no echaba más humo, salí y me tumbé en la toalla. Me di bronceador y me tumbé boca abajo. No sabría decir cuanto tiempo había pasado cuando se me sentó un bonito culo gordo a horcajadas, bloqueando mi incorporación. Lo olía. Lo olía perfectamente. Sí, era su olor, era su cuerpo y eran sus manos las que tapaban mis ojos.
- ¿Qué, pensabas que te iba a abandonar?- me preguntó divertido.
- No, es más, estaba segura de que no lo harías.
Me levanté al zafarme de su peso y le di dos besos y un abrazo. Diría que fueron los dos besos más tiernos que nadie me ha dado, pero me equivocaría, porque aún me tiene que dar muchos dos besos más.
- ¿Qué, pensabas que te iba a abandonar?- me preguntó divertido.
- No, es más, estaba segura de que no lo harías.
Me levanté al zafarme de su peso y le di dos besos y un abrazo. Diría que fueron los dos besos más tiernos que nadie me ha dado, pero me equivocaría, porque aún me tiene que dar muchos dos besos más.
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