Bajé del tren y aún me traqueteaban las piernas. Por culpa de todo aquel humo, mi vista nublada no llegaba a ver más allá de la chistera negra vestida con una elegante gabardina que tenía delante. Las altas bóvedas guardaban en su interior miles de litros de vaho contaminado, miles de almas que llegaban y se iban con cada máquina insensible. Por los vidrios de las claraboyas entraba la luz que a duras penas podía hacerse paso entre el polvo que lo cubría todo, fundiéndose al fin con las tenues lamparitas clavadas en las renegridas paredes. No pude salir a tiempo de mi asombro, cuando un chico me rodeó por la cintura firmemente con una mano y agarró mi pesada bolsa con la otra.
- Cristal veneciano pintado a mano por los mejores. La pieza que los sostiene es de hierro, forjada antes de colocarla en la estación, para que todo el resto se hiciera a medida. Como ves, una locura hacerla así para que un montón de locos vayan y vengan cada día. Bueno, un montón de locos y tu, tesoro.
- ¿ Y tu crees que encontraremos una casa tan grande como para poder poner uno como éste en el comedor?
- ¿Otro más?! Vamos cariño, si teniendo dos ojos como los tuyos no necesitamos más rosetones que nos iluminen. Siendo nuestra casa pequeña tu podrías iluminarla entera, iluminarme a mi... ¿no crees?
Entonces, siempre tan mesurado, tan oportuno, con mi sonrisa atontada en la cara y antes de que me dieran ganas de llorar, me rodeó con sus brazos y con su olor, con su calor, con sus ganas. En el beso que siguió me dio la sensación de que todo giraba, de que no había escapatoria, de que había vuelto a caer en aquellas fauces de algodón. Así, con aquella embriaguez salimos de la estación, donde lucía el sol, desaparecían las dudas y a mi, cada vez más, me volvía el traqueteo de las piernas solo con pensar que por fin estaba a su lado.
1 comentario:
Mucho mejor, una mriada así, que el cristal veneciano. Me encantó tu blog :)
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