21.8.10

sábado.






Las sábanas aún seguían marcadas en su piel. Se frotaba con fuerza las legañas de los ojos, esperando fervientemente que desaparecieran. Entró y salió de la ducha como un relámpago, en aquella dulce desnudez acariciado por pequeñas lenguas de fuego salidas de las velas que lo rodeaban todo. Despeinó su pelo para dejar de ser aquel niño bueno y pasar a ser un niño bueno con aquel toque salvaje. No me había dado cuenta que el agua en aquellas cejas tupidas no hacía más que rizar un poco más esas pestañas negras y aumentar el tamaño de sus ojos, de aquellos ojos pardos que caían en espiral hacia Dios-sabe-donde y de los que estaba totalmente prendada. De repente, vi asomar la punta de la lengua para recoger una gota de agua que había aterrizado en la comisura de aquel labio. Tenían un color intenso, más que habitualmente, y estaban hinchados por la sangre que bombeaba en su interior. Cada vez que me miraba, un escalofrío recorría mi espina dorsal, esperando, tal vez, que ese respingo captara su atención... quién sabe.
Me acerqué hasta él y rocé su piel, suave y caliente, eléctrica, adictiva. Estaba más moreno de lo que a simple vista parecía, y los músculos de sus brazos estaban discretamente torneados, nada que ver con los de aquella espalda bien definida y poderosa. Estaba dispuesta a darle un beso, cuando me agarró la cara con ambas manos. No sabría encontrar la palabra precisa para describirlas. Eran nudosas y cálidas, suaves y bastas, delicadas y brutales. Fuera como fuese, no queda duda de que eran unas manos fuertes, como a mi me gustan. Entonces, acariciando mi mejilla me acercó a sus labios y me hizo cerrar los ojos. No me sentía perdida, sino embriagada por la tensión que me regalaba en ese momento, por los secretos que ese beso escondía, por todas las contradicciones que éramos el uno para el otro. Estaba cómoda en aquella casa, como si uno de mis grotescos sueños se hubiera apoderado de mi perfecta realidad.

¿Qué forma tienen los sueños?

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