19.9.10

freestyle.

Rodaba por las calles de la ciudad evitándolo todo. No quería cruzarse con ningún desconocido, y mucho menos con alguien que conociera; no quería calles mal asfaltadas, no las quería lisas, tampoco con adoquines. Sorteaba hábilmente todo lo que fuera verde: los árboles, los parques, las tiendas de dietética y los pubs con letreros de neón. Era ya oscuro en una de esas maravillas del otoño, que nada deja ver claro, cuando se encendieron las luces de las farolas. Todo se resistía a abandonar el verano que tanto les había hecho vibrar, a olvidar las noches de cine con palomitas, de fiestas; las tardes de compras por el centro; los batidos de fresa y plátano, las siestas abrazados pese al calor; los baños matutinos entre las olas. Agotada ya de huir de si misma, abandonándose a la realidad, se dejó caer en un banco, abatida, derrotada, hundida. Su piel, cubierta de sudor, brillaba en todas direcciones alumbrada por esa luz anaranjada, por los destellos de la luna de plata. Tenía el pelo revuelto, pero aún y así estaba preciosa, salvaje, libre. No le importaba vestir una camisa con unos shorts y bambas de astronauta, que todo el mundo la mirara al pasar como un rayo entre las multitudes con su monopatín astillado y sus enormes cascos azul eléctrico. Algunos se giraban para reprocharle su falta de prudencia pero ella, al volverse con sus ojos ámbar y su olor afrutado, paralizaba a quienquiera que fuese. 
Sorprendía a todos con su fuerza, con su tendencia de huracán, con sus ganas irrefrenables de vivir, con su sonrisa. Y mientras ella se evadía aquella tarde cualquiera, a los demás se les caían las hojas y las horas del reloj. 

Alma

1 comentario:

nix dijo...

joder me he sentidoo indiferente
al mundo cuando lo he leido, me gustaa :D