16.10.10

perspectiva

Un sol deslumbrante se colaba insolente por los agujeros de la persiana a medio cerrar, descubriendo las motas de polvo suspendidas por la habitación. Mamá abrió la puerta con gran estruendo, desprendiendo ese característico olor a perfume y a café, cantando dulcemente algún bolero de antaño. Dejó algo que no alcancé a ver sobre la cómoda y levantó sin esfuerzo el delgado escudo que nos separaba a ambas del exterior, sometiendo el caos de mi habitación a esa luz cegadora. No contenta con ello, y murmurando quejicosa sobre el ambiente denso y cerrado de mi pequeña guarida, abrió también la ventana. Por mucho que intenté refugiarme bajo el edredón, en cuanto pude darme cuenta tenía los dedos de los pies y la nariz congelados. Me obligué a salir de la cama, pero me faltaban las fuerzas. Sin embargo, mi madre está siempre atenta a todo, y me acercó la bandeja del desayuno. 
De allí salía el olor a café, a tostadas calientes, el vapor ácido del zumo recién exprimido, la mermelada o las lonchas de pavo, a elegir. Medio endormiscada aún, escuchaba la alegre conversación en la que mi madre se enredaba, saltando hábilmente de un tema a otro sin que yo pudiera seguirla. Me hacía gracia ver como dudaba al elegir las palabras; como intentaba  encaminar la conversación hacia mi inminente fiesta de cumpleaños, aunque siempre acababa parloteando sobre la vida decadente de los vecinos del quinto o sobre la belleza de bisturí de su compañera del curso de mecanografía. 
Ella sabía perfectamente que a mi no me gustaba cumplir años. Los vestidos pomposos, los aperitivos grasientos, las bebidas con burbujas, los parpadeos de las luces, la música a tope. La gente. Todos sobre mi, mirándome gorda y fea como soy, recordando cada detalle de mis ropas, de mi maquillaje, de mis gestos para poder despellejarme en cuanto salgan de casa. Mamá se metió conmigo en la cama sin dejar de hablar y ayudándome con el desayuno, supongo que se habría dado cuenta de que era excesivo; así que, en cuanto me vio suficientemente ensoñada como para que no notara su cambio brusco de tema, espetó:
- ¿Prefieres no ir a la fiesta?
- Hombre mamá, ¿tú que crees?
- No lo sé África... hace tiempo que ya no sé quién eres ni qué te gusta, cómo piensas, qué sientes. No sé por qué te empeñas en encerrarte entre estas cuatro paredes en lugar de salir ahí fuera, al mundo, y conocerlo; dejarte conocer. Sé que es duro saber que el mundo es cruel pero, ¿quieres oír una cosa?, cuanto más sabemos más nos acercamos a lo que no sabemos... así que debería moverse ese gusanillo que te impulse a la jungla, a explorar los secretos que todos tenemos. Si lo haces estoy convencida de que llegará un punto en que no mires a la gente con los ojos, sino con el corazón; que catalogarás a la gente por sus intenciones y no por su talla de pantalón; y serás tan afortunada que todos los que te rodeen usarán tus mismos métodos para que no te sientas desplazada. ¿Qué me dices?
- No sé a dónde quieres llegar con todo esto... deja de hacerme pensar, acabo de levantarme.
- Te estoy diciendo que si quieres anular la fiesta y venirte conmigo de compras esta tarde. ¿Te apetece?
- Y esto... ¿por qué ahora?
- Porque creo que no te va a servir de nada esta fiesta. Lo pasarás mal tú y lo voy a pasar mal yo viendo como estás a disgusto. Renovar el vestuario puede ser interesante... ahora tienes una nueva misión.
- Ilumíname...
- Conquistar el mundo, nena.

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