14.12.10

axiomas.

En un parpadeo, vi encenderse las luces de la ciudad. No era un espectáculo navideño, ni el cielo estaba despejado. El bullicio de la calle me agobiaba, sin embargo, tenía que cumplir con mi cometido. Hubiera pagado por poder salir de allí con los tacones en la mano, pero no estaba dispuesta a dejar atrás mi palabra. Le prometí a Lou que nos veríamos allí. Le prometí el vestido y los tacones. Le prometí ser puntual, pues hasta ahora siempre había llegado tarde a nuestras citas. Citas. Suena extraño. Nuestras. Qué irreal.
Por allí viene. Deslizándose en sus andares de chico malo, lanzándose furtivas miradas en los escaparates para comprobar si el gesto le sale perfecto, tal como lo ha ensayado. Se para a mi lado y, sin quitarme ojo de encima, me tiende un brazo. Callados, paseamos en silencio por el estruendo del casco antiguo, alejándonos de la gente, de los ojos curiosos que repasan a esta extraña pareja.
Me dejo conducir por su perfume a colonia y a jabón, por sus pasos firmes a pesar de mi temblequeo de tobillos. Entramos en una  cafetería, ¡Por fin puedo sentarme! y pedimos un café y una cocacola. No sé a qué espera para empezar a hablar. A veces, consigue ponerme de los nervios... otras no, al menos, no de los nervios. Y mientras nos inspeccionamos mútuamente, llegan las bebidas.
- No me has dado un beso.
+ No me lo has pedido.
Uf, respuesta preparada. Gracias a dios que no es la primera vez que me pone esa carita de cordero degollado pidiendo su ración, gracias a dios que estoy cogiendo práctica en esto de hacerme la dura. Me hace una mueca desde el otro lado de la mesa y empieza a hablar animosamente. No lo oigo, no lo escucho. Miro cómo le brillan los ojos, cómo su mirada inspecciona el local casi como quien no quiere la cosa; cómo mueve los labios al hablar y los humedece de vez en cuando. Cómo se ríe a carcajadas y se sacude una pelusa imaginaria de la mejilla derecha. El calor del ambiente empieza a sonrojarle la cara. Se sofoca, bajo la chaqueta se ha puesto una camisa. Lo ha hecho a propósito, sabe que me encantan. Y yo, mientras tanto, abrazada a mi café.
Salimos acalorados del local, llegamos al paseo. La brisa del mar hace que me arrime a Lou, refresca considerablemente. Me abraza, nos abrazamos. Refugio mi nariz en la curva de su cuello y me pierdo ahí, lejos del asfalto, de la arena, del remor de las aguas, del olor a salitre. Y desde allí, oigo en un susurro: Je t'aime trop...

2 comentarios:

A g r i p i n a. dijo...

el texto huele a amorr del que me gusta :)
un beso boonita!!:D

Lluís* dijo...

¡...!